La enseñanza de los valores cívicos
- Rey Duràn
- enero 20, 2019
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Por Anthony Almonte Minaya
La escuela desempeña un papel esencial en el cultivo del carácter, enseñando la autodisciplina y la empatía, lo cual, a su vez, hace posible el auténtico compromiso con los valores cívicos y morales. Pero para ello no basta con adoctrinar a los niños sobre los valores, sino que es absolutamente necesario practicarlos. El trabajo de la escuela es y será loable, porque es bueno, útil y hasta necesario, ya que es bueno que el intelecto conozca la verdad, pero la teoría no sirve de nada, si no es capaz de elevar el espíritu, transformar el alma y ennoblecer la conciencia.
Por valores cívicos debemos entender: el fundamento ético del sistema democrático que está sustentado en los Derechos Humanos. Tiene como fundamentación filosófica la ética y la política. Los valores cívicos son apreciaciones, opiniones, juicios, que adquirimos en la sociedad que orienta nuestro comportamiento social, enalteciendo nuestro espíritu cívico.
En la actualidad, se puede apreciar en la sociedad dominicana la carencia de los valores cívicos, por lo cual en la educación dominicana se incluye de manera obligatoria la enseñanza de la moral y cívica por medio de la Ordenanza No. 3’99, que modifica los Artículos No. 19,23 y 24 de la Ordenanza No. 1’95, que establece el currículum para la Educación Inicial, Básica, Media, Especial y de Adultos del Sistema Educativo Dominicano. La Ordenanza ante citada nos dice:
Considerando. Que la sociedad dominicana requiere fortalecer su sistema de
Valores éticos, morales y ciudadanos, a fin de contrarrestar conductas negativas que en diferentes modalidades y desde diferentes ámbitos afecta a las familias dominicanas.
Es menester desarrollar un plan pedagógico, que se aboque a un mayor compromiso de la educación mediante las escuelas y, en general, en cuanto a la enseñanza de los valores cívicos como una práctica ineludible.
Los valores cívicos que cimientan una sociedad democrática se aprenden o no se aprenden a través de un proceso de socialización en el que intervienen varios agentes.
Hoy la escuela ha perdido el papel privilegiado que ocupaba anteriormente en el proceso de socialización y se encuentra en crisis. Para superar esta crisis hay quienes argumentan que la escuela debería jugar un papel más activo en la construcción de valores cívicos. Y para que esto sea posible la educación para la ciudadanía no debería reducirse a un conjunto de valores éticos cristianos, sino que cabe entenderla mejor como el “currículum básico” indispensable que todos los ciudadanos han de poseer al término de la escolaridad obligatoria, capital cultural mínimo y de competencias necesarias para moverse e integrarse en la vida colectiva. Para esto, es necesario que comprendan también, sin dudas, los comportamientos y actitudes propios de una ciudadanía activa.
Pasar de una visión tradicional de la educación cívica a una amplia, consiste en entender que ella requiere promover el desarrollo de competencias, conocimientos, habilidades y actitudes para participar cívica y políticamente. Hacerlo implica incidir sobre varios ámbitos de lo educativo, para lo cual se requiere educar a todos con altos niveles de calidad, incluir contenidos explícitos de los programas en asignaturas específicas de educación cívica, de historia y de gobierno; así como las estrategias y, finalmente, atender el clima escolar y pedagógico en la organización escolar.
Julio 24 de 1888 fechó don Eugenio María de Hostos y Bonilla el prólogo de su Moral Social. Este prólogo es diálogo que justifica la pertinencia del estudio de la Moral y Cívica. He aquí lo que el gran Maestro antillano, y Padre de la Educación Dominicana escribe:
“Un día se levantaron alarmados mis discípulos. Vinieron a mí, y me dijeron:
-Maestro, urge publicar la Moral.
-Y ¿por qué urge?
-Porque los enemigos de nuestras doctrinas van por todas partes predicando que son doctrinas inmorales.
-Mal predica quien mal vive, y vive quien mal piensa y quien mal dice.
-Sí; pero no es tiempo de responder con comparaciones, sino con pruebas.
-Bien predica quien bien vive.
Eugenio María de Hostos
-Pero no se trata de las pruebas de conciencia, que siempre son ineficaces para los malignos.
-¿Entonces se tratará de pruebas de apariencia, que siempre son eficaces para los benignos?
-No. Se trata de pruebas contundentes.
-Pues eso es inmoral; la moral no contunde.
-Pero hunde y debe hundir a los que calumnian las buenas intenciones.
De ellas está empedrado el infierno, así como de malas intenciones está pavimentado el mundo de los hombres.
-Por eso mismo hay que desempedrarlo y recalzarlo de buenas intenciones.
-Pues entonces no hay que publicar la moral en libros, sino en obras.
-Bien se ve que no basta, cuando nos calumnian.
-Son las calumnias de la propaganda en sentido contrario. Dejémosla pasar, que eso no daña, pues el mérito del bien está en ser hecho aunque no sea comprendido, ni estimado, ni agradecido, y vivamos la moral, que es lo que hace falta.
Bien está -afirmaron con desidiosa afirmación.—
Bien está, pero cuando se pida a las doctrinas calumniadas las pruebas de su moralidad. . . -Y ustedes, ¿qué son, si no son pruebas vivas de ella? ¿Acaso no lo son? Porque si no lo son, a pesar de los esfuerzos que se han hecho, una de dos: o ustedes no han acogido sino por su parte externa las doctrinas, y en ese caso es inútil difundirlas, o la sociedad en que viven es por si misma un obstáculo, y en ese caso. . .
-En ambos casos es preciso publicarla: en el primero, para que pasemos de fuera adentro de las doctrinas; en el segundo, para que disminuyan los obstáculos.
-¿Disminuir? Quizá aumenten. A la verdad, como las doctrinas más sinceras son las que resultan más radicales, tal vez escandalicen las sencilleces que yo les he dictado. Mejor, ya que tanto empeño tienen los amigos de las buenas intenciones, mejor será que sólo se publique aquella parte de la Moral que se refiere a los deberes de la vida social.
-Pues bien: déjenos publicarla.
-Del país y de ustedes es. Tomenla y publiquenla.
Y por eso, después de mucho urgirme y de no poco contrariarme, consiguieron los jóvenes, a quienes se deberá, si vale algo y dice algo, que yo consintiera en la publicación de la Moral Social.”
Y es que esas palabras dichas hace 130 años son tantas o más necesarias hoy que cuando se escribieron. Porque en los días que se dio a la luz este tratado de Hostos, lo que se procuraba, era que cada joven del suelo quisqueyano hiciera del discurso moral y cívico un estilo de vida que habría de convertirles en ciudadanos y en el que valores como el heroísmo, el sacrificio, el estudio y la entrega se unían al más acendrado patriotismo.
Y como si estuviera viendo nuestra sociedad, apunta Hostos: “El objetivo es parecer, no ser; el propósito, tener, no hacer. De ahí, especialmente en los países de origen autocrático, la manía, la verdadera manía de los empleos públicos y la universal preferencia de las llamadas profesiones liberales, como si estos fueran la vocación natural y las profesiones industriales fueran incapaces de despertar en la juventud de nuestros pueblos la fructosa vocación que ha formado a los Palissy, y a los Jacquard, a los Franklin y a los Fulton, a los Watt y a los Stephenson, a los Morse, a los Edison, a los Bell, a los mil, a la legión de bienhechores que, centuplicando las fuerzas de la industria, han multiplicado los goces legítimos de la vida civilizada .”(Hostos, 1952, pp. 106-107).
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